Los Mini Beach Cars: La joya perdida de los años 60 que conquistó playas y reinas
En la bruma inglesa de los años 60 nacieron unos automóviles tan singulares que parecían escapados de un sueño mediterráneo. Los Mini Beach Cars, concebidos para recorrer las playas del mundo, representaban una audaz incursión en el mundo del lujo y el ocio que aún hoy fascina a coleccionistas.
Estos vehículos surgieron inspirados en la serie Fiat Jolly de Plage, creada a partir del Fiat 500 y 600 por mandato del jefe del grupo Fiat, Gianni Agnelli. La British Motor Corporation (BMC) detectó una oportunidad para generar interés en la marca Mini en Estados Unidos con vehículos emocionantes y excepcionales. La personalidad fresca de estos automóviles podía iluminar cualquier playa, diseñados específicamente para una clientela que podría necesitar un cochecito de playa compacto para acompañar su yate.
Entre sus dueños más famosos se encontraban figuras como Henry Ford, John Wayne y Grace Kelly, aunque también hoteles de lujo y campos de golf en países donde la lluvia es un fenómeno poco frecuente mostraban interés en este tipo de vehículos.
Una carrera con leyendas del volante
El entusiasmo por estos vehículos llegó a tal punto que la sucursal de BMC en San Francisco organizó una carrera única con pilotos de la talla de Stirling Moss, Juan Manuel Fangio y Pedro Rodríguez. Aunque esto generó cierta cobertura mediática, la carrera probablemente resultó más arriesgada de lo que esperaban, ya que los pilotos inevitablemente cedían a la diversión de manejar los Mini y a sus propios impulsos competitivos, tanto que algunos Mini terminaban volcados.
El Departamento Experimental de Longbridge de BMC recibió la tarea de crear estos vehículos especiales entre diciembre de 1961 y marzo de 1962. Originalmente, BMC consideró fabricarlos por pedido, pero esta idea nunca se materializó.
Diseño italiano para un espíritu británico
Aunque el diseñador original del Mini aprobó el diseño de los coches, no fue responsable de ello. En su lugar, el Jefe de Diseño de BMC, Dick Burzi –quien además tenía ancestros italianos– creó el techo flotante, sin pilares B. Originalmente, el coche no iba a tener techo salvo una lona que pudiera montarse y desmontarse cuando fuera necesario. Sin embargo, esta idea se abandonó a favor del techo permanente.
La falta de puertas hacía que el coche pareciera ligero y permitía que el aire se moviera sin obstrucciones. Burzi agregó manijas cromadas –también en el tablero– para facilitar el acceso y, al menos en el diseño original, asientos de mimbre, una elección que también se utilizó en el Fiat Jolly.
Datos Clave
– Período de producción: diciembre de 1961 a marzo de 1962
– Unidades fabricadas en Longbridge: 14 Beach Cars (todos con volante a la izquierda)
– Unidad especial: 1 Mini Beach Car con volante a la derecha, color marrón claro
– Total estimado de unidades: menos de 20
– Precio de subasta récord: 230,000 dólares estadounidenses (año 2019)
– Inicio de producción del Mini Moke (sucesor): 1964
Una rareza entre rarezas
Los registros de producción de Longbridge señalan que se fabricaron 14 Beach Cars entre 1961 y 1962, todos con volante a la izquierda. La excepción fue un ejemplar único de color marrón claro con volante a la derecha que fue entregado a la Reina Isabel II, quien lo condujo en el Castillo de Windsor.
No todos los Mini Beach Cars fueron hechos a partir de Minis normales. Se sabe que al menos un Mini Beach Car se construyó a partir del Wolseley Hornet o del Riley Elf, las versiones de tres cuerpos más lujosas del Mini. Alec Issigonis incluso condujo uno de estos autos en la vista previa de prensa del lanzamiento del Mini Cooper en el circuito de prueba Chobham (ahora Longcross) en julio de 1961.
Los Riviera Buggies –el apodo cariñoso de los Mini Beach Cars– no son completamente uniformes. Algunas versiones prescinden de algunos de los elementos cromados de Burzi, mientras que otras no cuentan con asientos de mimbre.
Hoy, encontrar uno de estos Mini Beach Cars en estado original representa un desafío para los coleccionistas. Algunos han sido rescatados y restaurados, pero su extrema rareza los ha convertido en piezas de museo sobre ruedas que alcanzan cifras astronómicas en el mercado de coleccionismo, como lo demuestra el ejemplar vendido por 230,000 dólares en 2019. Estos vehículos no solo capturan una era de innovación y audacia en la industria automotriz, sino que representan un capítulo fascinante en la historia del diseño británico que fusionó funcionalidad con lujo playero.